El 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia hacia la Mujer, nos invita a mirar atentamente las distintas experiencias de ser mujer en un país como México que ocupa, según el Observatorio de Género de América Latina y el Caribe, el segundo lugar en feminicidios y, también, el segundo lugar en transfeminicidios en América Latina (Pigeonutt y Ruiz, 2019). Este día, además nos lleva a pensarnos en plural, a denunciar y luchar contra las múltiples opresiones que experimentamos debido a nuestro género, calidad migratoria, cuerpos racializados, la clase y otros más como la religión.
Entre las muchas capas de opresión, las mujeres que profesan alguna religión y son parte de la diversidad sexo-genérica permanecen mayormente invisibilizadas. En principio, por la idea generalizada de que las mujeres creyentes no son agentes activas en la construcción de espacios de participación crítica y resistencia, lo que ha conducido al borrado y exclusión del activismo político de una parte del sector femenino, discriminado por cuestiones religiosas. En segundo lugar, consecuencia de esta invisibilización, no se concibe que las creencias religiosas y la disidencia sexo-genérica puedan articularse en la construcción identitaria de una persona. En este sentido, conocer las realidades, experiencias y posturas de las mujeres creyentes de la diversidad sexo-genérica y reflexionar sobre cómo esto ha incidido en la forma en la que construyen su identidad de género se convierte en una demanda frente al recrudecimiento de las violencias y discriminaciones.
Por ello, el proyecto que desarrollo como parte de mi estancia posdoctoral en el IIA-UNAM:
Incómodas e incomodadas. Mujeres protestantes-evangélicas de la disidencia normativa, sexual y de género tiene como fin investigar y reflexionar sobre la diversidad de mujeres que construyen espacios de participación en instituciones donde históricamente se ha establecido un marco particular de definición y de accionar para las mujeres. En este caso particular, en las iglesias protestantes-evangélicas que, valga decir, no son las únicas. Desde las instituciones religiosas, académicas, políticas y sociales ha habido una construcción y reproducción de un deber ser único y homogéneo, definido por el rasgo biológico que, determinado por el sexo y su capacidad reproductora, además de una serie de atributos emocionales y afectivos ha anulado el accionar público de las mujeres. [ Leer más ]
Revisión editorial Valeria Benítez Rosete