La reproducción sexual, estrategia de los organismos para asegurar su descendencia exitosa en términos evolutivos, implica desde hace millones de años que la unidad reproductiva inicial se divida en dos partes: la masculina y la femenina. De qué manera se diferencian estas dos unidades reproductivas, en qué se distinguen una de la otra; qué define, en última instancia, lo masculino y lo femenino en el nivel básico de lo celular, son incógnitas perennes en el estudio de la vida en el planeta. También es evidente la principal ventaja de la que gozan muchas plantas y animales para seguir esta estrategia: la ampliación de la variabilidad de las especies, la cual implica mayor capacidad de adaptación a los ambientes cambiantes en los que se desarrollan las poblaciones específicas; a mayor variabilidad, mayor probabilidad de supervivencia, sobre todo de grupos de organismos como los mamíferos, cuyas generaciones se alargan en el tiempo y suelen tener poca descendencia.
No obstante que mucho antes de la “invención” del sexo en la historia de la vida la principal fuente de variación en los organismos que se replicaban idénticamente a sí mismos era la mutación, en los grupos de animales grandes y complejos como los referidos mamíferos (entre ellos los primates, orden al cual pertenece nuestra especie) no podía fiarse el éxito reproductivo en esa sola fuerza, por lo que el patrón sexual está fuertemente establecido en nuestro propio pasado evolutivo.
Específicamente, los mamíferos se distinguen por una diferenciación anatómica y comportamental para atender de modo peculiar a sus pocas crías por ciclo: las alimentan antes del nacimiento (por la placenta) y en el periodo inmediato posterior a través de la leche materna, lo cual suele liberar, aunque no siempre, a los machos de los cuidados parentales. Los machos, en efecto, también suelen especializarse en la defensa de las manadas (en el caso de las especies gregarias), y desarrollan con ese objetivo estructuras anatómicas y comportamientos agresivos que aseguran su éxito en el apareamiento del mayor número de hembras y la eventual defensa de las crías.
En efecto, la presencia de dos formas diferentes (de color y de tamaño, por ejemplo) entre los machos y las hembras de una especie con reproducción sexual se denomina
dimorfismo sexual (DS). Entre los primates, las especies arbóreas (como los monos araña en México) suelen mostrar un mínimo de este rasgo, mientras que las especies terrestres (como los babuinos en el Viejo Mundo) lo hacen ostensiblemente.
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